Desde hace un tiempo, la crisis medioambiental nos está obligando a cambiar la forma de obtener ciertos recursos como son los alimentos; y una de las alternativas que se plantea a la ganadería de macrogranjas es el consumo de ciertos insectos.
La idea de comer insectos sólo nos causa aversión en la cultura occidental, y de hecho estos pequeños animales forman parte de la gastronomía tradicional en muchas zonas del mundo. Y no es para menos: se trata de un alimento nutritivo, generalmente barato de obtener y ecológico.
Uno de los que tenemos aquí es el grillo común, acheta domesticus. En seco, como en este caso, contiene hasta un 60% de proteínas de calidad y es rico en minerales como calcio, hierro y magnesio además de en Vitamina B12.
Es de sabor suave, que recuerda a los cereales y que queda rápidamente eclipsado por los condimentos que se le añadan.
El siguiente es el gusano de la harina, que realmente es la larva del escarabajo tenebrio molitor. Generalmente, las larvas son más ricas en grasa que los insectos adultos, y este no es una excepción: en seco contiene un 50% de proteínas y un 40% de grasas, y aporta nutrientes como calcio, potasio, fósforo y vitaminas.
Su sabor recuerda al de los frutos secos como las almendras o las avellanas, por lo que no es raro que quienes practican la entomofagia lo usen tanto en platos dulces como salados.
Por ahora, no parece probable que en Occidente superemos nuestra repulsión a comernos los insectos enteros: pero precisamente por eso están comenzando a procesarse para fabricar harinas y otras presentaciones que nos permitan explotar sus propiedades sin siquiera enterarnos de que nos los estamos comiendo. Así que, quien sabe… puede que en algunos años, todos comamos insectos habitualmente sin apenas darnos cuenta.
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